Participación en Cine por venir en la sesión del 26 enero 2013 bajo el título El ecosistema del autor. Otras miradas contextualizando
los trabajos de Naomi Kawase.
Embracing
(1992), de Naomi Kawase (Japón) + In between days (2008-2009),
correspondencias fílmicas entre Isaki Lacuesta (España) y Naomi Kawase (Japón).
Estas líneas acompañarían la reflexión sobre la cineasta japonesa en esta sesión del ciclo de Cine por venir.
La lente empañada de Naomi Kawase. El cine
como autobiografía.
El espacio aparece
anegado del amor perenne. ¿Por qué te quiero? Y, no estás.
Todo plano de Naomi
Kawase rezuma amor, pero un amor que duele. Ahogarse en tantas lágrimas de
dolor, de tristeza y de un constante decirse: “quizá no tuviera que estar
aquí”. Quizá Kawase no tuviese que existir. Y sin embargo, Naomi Kawase existe
y filma películas que la hacen vivir dentro y fuera del celuloide, en contacto
con los espectadores, en las salas de cine, detrás de una cámara o delante de
ella dejando ver un mechón de su cabello, una fotografía tomada hace algún
tiempo, mostrándose en cuerpo entero… También existe su voz: a veces, suave y
dulce. Me gusta cuando tararea. No tiene una bonita voz, pero me fascina lo
delicada que consigue parecer y cómo hace que en ese momento todo se disperse
cayendo en la ternura de su tono. Otras veces, su voz es firme y rotunda.
Cuando interpela a sus interlocutores y no halla respuesta o se siente confusa
ante la información que recibe emplea ese tono que en la lengua japonesa
siempre me ha recordado a los cuchillos con los que se elaboran los platos nipones
y que son capaces de cortar una cebolla, laminar un salmón o trocear una carne:
siempre con un movimiento seco y directo.
Esa pregunta constante
por el porqué fue abandonada, por qué sus padres biológicos no quisieron
hacerse cargo de ella, por qué les costó tanto querer conocerla, parece el
motor vital y creativo de Naomi Kawase. Por eso, podemos afirmar que su cine es
un cine autobiográfico. No especialmente por contar vida, sino por hacer su
vida mientras opera con la cámara. Parece que con cada fotograma se construye
el vacío que la memoria no pudo capturar porque nunca existió y ahora no
reconstruye sino que construye por primera vez y en primera persona la vida de
Kawase.
No obstante, antes de
entrar en ciernes sobre el cine autobiográfico de Naomi Kawase nos gustaría
retomar algunas de las definiciones con las que se ha descrito su filmografía y
que nos alumbrarán a la hora de entender el papel de las nociones de ausencia o
mise en intrigue (construcción del
relato) autobiográfico en su obra. Por lo tanto y de manera sucinta, podríamos
tomar algunos conceptos para precisar la obra de Kawase tal como ausencia,
pérdida, intimidad, tradición, construcción de la memoria, familia, búsqueda
del pasado, autobiografía, docudrama, autoficción.
En la lectura
especializada de la cinematografía de Kawase, los críticos suelen definir su
trabajo como un cine de efectos metereológicos. Haces de luz que atraviesan las
hojas de los árboles silueteando las formas de estas en sombras sobre el suelo,
el movimiento de las ramas que se abrazan, las nubes que se configuran y se
desfiguran en el cielo, el movimiento de una cortina, una tela y el sol en luz
crepuscular.
También se dice de su cine
que es táctil. Kawase hace compadecer a los objetos ante la cámara, como en el
caso de Caracol: algunas piezas de
fruta, platos de comida, flores, objetos de la casa, incluso el rostro de su
tía abuela que intenta tocar, palpar, acariciar, con curiosidad, pero también
con cierta precaución alargando sus deditos midiendo la distancia/la cercanía
entre los objetos y su cuerpo; como las antenas de un caracol. “¿Por qué los
árboles se balancean con el viento? Para poder tocarse”- se dice la propia
autora en En sus brazos.
Por supuesto, su
trabajo se vincula con el cine de los afectos: nos hace palpitar el corazón y
que la cámara tiemble. La cámara y el público acompaña un momento de miedo,
preocupación, emoción o el sollozo de Naomi Kawase. Lo que se dirige en otras
palabras hacia un “cine en lágrimas”[1]
o un cine lacrimógeno. “El cine en lágrimas es borroso y nítido a la vez. Su
efecto es la expresión de un sentimiento o la formación de una emoción que
aflora y conmueve un cuerpo y nubla la percepción del mundo”[2]. Un cine lacrimógeno, no en cuanto al llanto
de Kawase o a los efectos de empatía o emoción que podamos tener sobre su cine,
sino por la sensibilidad de la película. El ojo se llena de la solución salina
antes de colocarse encima de la retina emborronando toda imagen, se detiene
recogiendo toda la masa acuosa sobre el lagrimal y pronto desciende recorriendo
la mejilla. Enfoque y desenfoque.
Todas estas
definiciones se reúnen bajo un manto de imposibles : visible/ invisible,
íntimo o privado/público, realidad/ficción…Un cine fronterizo que se sitúa en
el umbral. Y este lugar intersticial es el mismo en el que se convocan las
formas autobiográficas que son las que nos interesan en la filmografía de Naomi
Kawase. Pero antes, puntualicemos cuál es el lugar de la autobiografía.
La autobiografía o
escritura de la historia de las vidas es la noción con la que se ha articulado
el discurso de los relatos autobiográficos. “AUTOS-BIOS-GRAFÉ” :
yo-vida-escritura. Y sin embargo, los críticos de la autobiografía han ido
parcelando la definición en cada una de sus partes. Algunos se centran en la
definición del yo; otros, en la expresión de la vida; y otros tantos prefieren
ahondan en las complejidades de la escritura. Empero estas lindes prístinas, no
debemos abandonar la complejidad e interés que nos ocupa la autobiografía per se.
Si nos situamos en la
“grafé”, hallamos un modelo ejemplar en la obra de Roland Barthes o en su Roland Barthes par Roland Barthes-
autobiografía crítica- en la que remarca la idea de una reescritura constante
que hace emerger la vida. En el caso de Paul de Man la escritura es una máscara
que desfigura el yo para más tarde configurarlo en un otro. El yo sería el
resultado de una narración de realidades fácticas y ficticias. Y todo esto, sin
entrar en las definiciones sobre la veracidad del discurso autobiográfico
legitimado por un pacto autobiográfico,
un pacto referencial con el lector en el que se le promete decir la verdad de
sí, según la apuesta de Philippe Lejune.
Por otro lado, si la
báscula descriptiva de la narración se centra en el “yo”, observamos como el
acto de escritura se brinda a la constitución de este y que en el acto
performativo del escribir el “yo” emerge en acto y en constitución. En el
acto de decirme, de escribirme voy constituyendo mi subjetividad, mi identidad.
Por consiguiente, la autobiografía sería un lugar estratégico para la
constitución de las identidades.
Pero la colocación del
yo en el centro de la autobiografía nos haría preguntarnos también a quién se
dirige esta y si es posible ver en las obras de autores, pensadores y artistas
piezas o fragmentos autobiográficos en sentido performativo. Jacques Derrida en
su ensayo sobre la Otobiographie
retoma la autobiografía de Friedrich Nietzsche, Ecce Homo para poner de relieve las cuestiones relevantes a las
diferencias entre la vida y la obra de un autor. En Ecce Homo una serie dicotómica, un plano que se acerca a la trama de imposibles de
Kawase, toma la obra: Padre/Madre, Muerte/Vida, Decadencia/Renacimiento, Su
Vida/Su Obra. Pero, si Derrida – y, también, nosotros- destacamos este trabajo
de Nietzsche es porque en él encontramos una perfecta definición para la
autobiografía performativa que nos ocupa y que en el cine de Kawase podría
tomarse para ser determinado de esta manera: «Yo me cuento mi historia a mí
mismo. Me relato mi vida, la recito y la
cuento para mí».
Entonces el único
receptor sería ese yo que es Nietzsche o en el caso de Kawase la propia Naomi
Kawase. Sin embargo, el relato de este “yo” se inscribe en la inmortalidad del un eterno retorno, lo que imposibilita su existencia. Por eso,
la vida de Nietzsche, su obra, necesita
ser escuchada para que mediante la escucha pueda darse la existencia de
Nietzsche. Alguien debe prestar su oreja, l’oreille
de l’autre, que cierra el círculo. Salirse del círculo del yo para ser
escuchada en Kawase es ser vista. De la oreja se transita al ojo. Un ojo que si
bien se mira hacia dentro en un acto de autoconciencia, autorreflexión, como el
ojo insidioso que representa Buster Keaton en Film de Samuel Beckett bajo la divisa del filósofo inglés
Berkeley : « Esse est percipi » (“Ser es ser percibido”),
también es capaz de girar hacia el exterior. Un ojo que mira fuera en un acto
de autoexpresión. El ojo de Kawase (se) proyecta al exterior. Como la oreja
prestada, también tenemos que prestar nuestros ojos a su objetivo, como lo hace
un lector sobre el texto de un escritor. Este tiene que ser interpretado por un
espectador.
Por último, la “bios”
centraría toda la producción autobiográfica. En el hacerse, en el escribirse o
filmarse la vida brotaría de cada acción productiva, performativa y tendría
como foco de reflexión la propia esencia existenciaria desplazando el yo y
colocando la vida en su lugar primordial: la propia vida.
Volviendo a la obra de
Kawase podemos encontrar los puntos de contacto con las definiciones de las
formas autobiográficas a lo largo de toda su producción. Sin embargo, en esta
ocasión tomaremos como modelo En sus
brazos (1992) para desentramar cómo los caracteres descriptivos de la autobiografía
se observan en su trabajo.
En primer lugar, la
obra de Naomi Kawase comulga con la trinidad, remarcada en los ensayos de
Lejeune, de la autobiografía en la que personaje, narrador y autor son el
mismo. Aquí: Naomi Kawase. La segunda trinidad de la autobiografía presente en
su cine es el resultado de la búsqueda de los orígenes, el misterio y la
confesión.
Por otra parte, a nivel
formal y referencial la toma de datos precisos que se basan en posiciones
veraces y comprobables surgen del uso de fechas, toponimia y nombres de
personas todas ellas reales. Exactamente se emplea para ello un acopio preciso
de detalles: el registro legal y el registro familiar. El registro legal se
representa mediante la partida de nacimiento. El libro de familia de Kawase en
el que se recoge su adopción por sus tíos-abuelos y los nombres de sus padres
biológicos. A partir de ese momento, Kawase visita el registro civil en el que
se ha inscrito los cambios de vivienda del padre que no conoce y comienza su
viaje de búsqueda. Seguirá el registro que ha sido marcado por los cambios de
vivienda desde que nació, año tras año, hasta la actualidad. Allí podrá poner
en comparación algunos de los lugares que todavía conserva en unas fotografías,
cuando sus padres vivían juntos, con la actual situación del espacio. Otros
lugares que recorrió el padre son desconocidos, como él mismo, para Kawase.
Por otra parte, las
fotografías del álbum de familia formalizarán ese segundo registro: el registro
familiar. El trayecto fotográfico parte del abandono de Naomi niña hasta el
momento en el que se está haciendo la búsqueda de los orígenes y en el que se
comparan esas dos imágenes. Al examinar una y la otra, solo por un instante,
parecen unirse haciendo aparecerse ante los ojos dos tiempos imposibles: el
pasado y el presente, la memoria imposible de recobrar y el presente incapaz de
realizar.
Los lances cotidianos
expuestos en un cambio de vivienda inscrito en el padrón o en preguntar a su
tía-abuela (madre adoptiva) de Kawase por su niñez se convierten en verdadera
aventura. Esta es la misión que se compromete con la búsqueda de los orígenes,
carácter fundamental en la autobiografía, junto al misterio del conocimiento de
su padre y el aterrador sentimiento que mueve el motor de su historia: “quizá no
tuviera que estar aquí”.
Y no obstante, Naomi
Kawase está aquí, existe y se hace presente en cada una de sus obras. En In between days (Correspondencia entre
Isaki Lacuesta y Naomi Kawase entre 2008-2009) presentada en el festival de
cine Cinergies en Barcelona, advertimos de nuevo la importancia autobiográfica
de la obra de esta. En las grabaciones que envía a Lacuesta su vida cotidiana
se coloca en el centro de su filmación: su hijo, el templo al que acude a
rezar, los empleados de su productora, su marido o el propio Isaki Lacuesta en
su encuentro cinematográfico y experimental en película.
Si bien las relaciones
epistolares han quedado exiliadas dentro de los estudios autobiográficos junto
a confesiones, notas, memorias o diarios íntimos, siempre he considerado que en
estas podemos encontrar un decir otro, en los márgenes de la propia
autobiografía, que expone a forma de exergo las reflexiones más cercanas a la
experiencia del yo -tan próxima como la confesión. Tal vez, por eso mismo, el
propio Lacuesta emule como guiño a la japonesa el tono íntimo y autobiográfico
en esta correspondencia. Pero si hay algo que me llama la atención de estas
cartas filmadas entre los dos directores es aquella que se filma en su
encuentro y que queda borrada, como si no existiera, como si tuviera que ser
todavía. Y la respuesta a este error por parte de Naomi Kawase en un montaje de
imágenes que ha realizado su hijo Mitsuki durante el rodaje.
Esta carta no cesa de
recordarme el nacimiento de este y cómo lo filma su madre todavía unida a él
por el cordón umbilical en Tarachine
(Maternidad) (2006). En este momento
preciso, en el que Mitsuki es el que toma la cámara que le ha visto nacer y que
le ha acompañado en sus primeros pasos, palabras y descubrimientos del mundo,
me planteo cómo será el cine de Naomi Kawase en un futuro. Me pregunto si
Mitsuki seguirá acompañando el cine de su madre, si él será el que continúe su
legado, si él mantendrá la autobiografía y la reflexión fílmica del yo en un
cine por venir entre la ausencia y la presencia, la ficción y la realidad, la
tormenta y el esplendor.
[1] De Lucas, Gonzalo, “El cine tiembla” en López,
J.M.(ed), El cine en el umbral, Madrid,
T&B Editores, 2008.
[2] Íbid. p. 40.
http://www.facebook.com/photo.php?fbid=127868957384954&set=t.100004855510972&type=3&theater
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