Texto para
la obra de Mavi Escamilla, Señora B, en el
catálogo de la 12ª Biennal Martínez Guerricabeitia.
Avaritia omnium malorum radix Valencia, Fundació General de la Universitat de
València, 2014.
Exposición: Del 13 de febrero de 2014 al 30 de
marzo de 2014. La Nau,
Centro Cultural. Sala Academia.
El fin de los días gloriosos.
Johanna
Caplliure
En un tiempo convulso,
afectado y abatido por las guerras, la caída del sistema capitalista, los
enfrentamientos identitarios y la crisis de los valores, el mundo ha dejado de
tener sentido. La narración de nuestra época solo puede hablarnos de ese
“desajuste del mundo” sobre el que escribía su obra Amin Maalouf bajo el
homónimo título. El desajuste en las medidas de equilibrio y de sostenibilidad
llevan consigo la marca de la diferencia.
En el horizonte se dibuja una
balanza que bascula hacia el poder y las posesiones, mientras se eleva el
platillo de la pobreza y la falta de eticidad hacia la levedad. Ahora bien, los
avezados en historia del poder y economía nos dirán que la balanza dibujada
siempre ha pertenecido al esquema de supervivencia humana. Igualmente tendrán
que confesar que la “mano invisible” que ajustaba la balanza ha desaparecido
cuando el Capital ha impregnado cada poro de la epidermis social colocando el
poder en el centro de la vida. La vida ha quedado desprendida de todo su valor
y es sometida y embebida en el poder, así argüía Michel Foucault con el
análisis del aparato biopolítico al
que Giorgio Agamben añadía el germen de la nuda
vita. He aquí el desbaratamiento del mundo actual: nuestra vida queda a la
intemperie.
El poder y el Capital han ido
de la mano en las alegrías y penurias de esta última época de nuestra historia.
La comunión entre ambos atrae la idea de avaricia. En la avaricia descansa
todos los deseos de posesión ya sean estos materiales o espirituales: ora la
conquista de las tierras y de las culturas, ora la especulación de los terrenos
y de las vidas. En una mercantilización de los “objetos” poseídos (personas,
naciones o riquezas) el intercambio de estos es la clave de la acción
capitalista y pecuniaria de la actualidad. Hoy no se venden esclavos, pero se
especula con los empleos, con los ERE y con los desahucios. Hoy la avaricia va
envuelta en un sobre que se posa en la palma de la mano.
Bajo esta idea, la avaricia es
portadora de miseria y riqueza a un mismo tiempo. Si repensamos un proverbio de
resonancia sufí, existen cuatro tipos de riqueza; de los cuales el hombre
occidental únicamente conoce uno: la riqueza material. Este es el nivel más bajo
y efímero de riqueza para el pueblo africano donde tiene origen este
pensamiento. En todo caso es una idea que en occidente pervive en otras formas
hasta la actualidad.
Si fijamos la mirada en la Señora B, observamos que Mavi Escamilla
trae a nuestra mente todas las ideas de ostentación, pompa, esplendor y
grandeza. Y también, las de despilfarro, apariencia o decadencia, así como las
de transitoriedad o fugacidad de la vida. Escamilla porta la imagen del poder
histórico tradicional: un personaje perteneciente a una de las casas reales
europeas más antiguas. Se trata de la reina Isabel II de la corte británica. De
hecho, en nuestro imaginario occidental siempre evocamos la imagen de la
riqueza con la de un monarca sátrapa ataviado con ricos ropajes y piedras
preciosas, sentado en un trono con los símbolos de poder en una lujosa estancia
de su palacio. Igualmente que en un juego de rapidez mental, Mavi Escamilla
asume esa imagen colectiva a la opulencia monárquica. La reina Isabel II se
inviste como depositaria y garante del poder procurado generación tras
generación de monarcas despóticos a la sazón y que hoy día mantiene su
corolario en la casta política bajo el dirigismo capitalista. La elección de la
monarca por nuestra artista es pues de gran acierto. Isabel II ha vivido
a caballo entre dos épocas: por un lado, es la heredera del imperio
eurocéntrico por excelencia y por otro lado, es el ejemplo de la supervivencia
de la monarquía en el siglo XXI. Pero, adentrémonos a la figuración que
Escamilla hace de la reina.
Conjurar la gloria que su
majestad pierde en cada carcajada sardónica es la empresa más trabajosa en su
acción cosmética. El maquillaje con el que pinta la máscara del “todo va bien”
ya no fluye por la faz de los gobernantes de imperios y estados. El polvo de
los pigmentos y la crema oleosa con la que confeccionan los afeites se intoxica
en contacto con la piel de reptil, venenosa y homicida, piel del reptil
político. El rostro de Isabel II se recubre con la máscara de la muerte, como
si de un lienzo barroco se tratase. Al observar la obra de Mavi Escamilla no
ceso de recordar las maravillosas obras de nuestro Barroco español y la crítica
que estas pinturas representaban: no solo como espacio de reflexión
existencial, sino como ataque a los excesos del siglo. Escamilla rescata el vanitas revisitado desde el siglo XXI.
Aquí la muerte burlona vampiriza el cuerpo de su Majestad y ya no es la
mensajera que presagia el tempus fugit
sobre las riquezas y bondades de la vida y, por tanto, su caducidad; más bien,
su Majestad está remarcando que hemos perdido la partida: Game Over.
Hoy día solo existe un único
Imperio. La época postcapitalista inaugurada en estas últimas décadas pone de
manifiesto que hay algo que se ha roto en el sistema y que todos lo tenemos que
pagar. ¿Todos? Pero ¿cuándo vamos a escuchar ese “You break it, you own it”-
“Si lo rompes, lo pagas” en su versión castellana- con la casta política? Todos
estamos pagando con medidas draconianas el exceso de avaricia de algunos, el
abuso de poder con las corruptelas de políticos, bancos, inmobiliarias y
familiares que bajo la égida de su “parentesco” han obliterado que había que
ajustar la balanza para que todo fuera más justo. Ahora, el cráneo que ha
sustituido el rostro de Isabel, a secas, no deja de castañetear los dientes en
risas, en gloriosas risas de fin.
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