Texto para
la obra de Abigail Lazkoz, It only happened once and I don’t
remember it very well, en el
catálogo de la 12ª Biennal Martínez Guerricabeitia.
Avaritia omnium malorum radix, Valencia, Fundació General de la Universitat de
València, 2014.
Exposición: Del 13 de febrero de 2014 al 30 de
marzo de 2014. La Nau,
Centro Cultural. Sala Academia.
Espigar
en la ruina.
Johanna Caplliure.
Existe
un cierto acercamiento entre la Europa agónica de postguerra en la que
sobrevivió Walter Benjamin y la castigada escena del mundo actual. Un mundo, en
ambos casos, hecho pedazos. Y, además, más próximo todavía si intentamos
capturar entre las manos la luz extinta del atardecer de la Historia. La niebla
envolvente en los estudios de la memoria y el olvido no facilitan en absoluto
las investigaciones de la construcción de esta. Dificultad que crece con la
complejidad del discurso fractal de la contemporaneidad.
El
horizonte está sembrado de un desmán de objetos sin riberas. Los montones que a
veces parecen producir una ciudad, una casa, un hospital o un camino únicamente
son la imagen quimérica de un legado fatal: la herencia de la guerra, de la
muerte, de las tropelías de un estado totalitario, del fárrago social. Una nube
fantasmal cubre todo el terreno dejando un sinfín de objetos con memoria. Y
esto lo sabe bien ese tipo que atraviesa la niebla y que con ojo selectivo
espiga en la ruina. Ese tipo que sumido en la pasión por recoger todos y cada
uno de los objetos perdidos en la catástrofe delira en su acción acumulativa.
Su deseo de poseer cada fragmento de memoria le hace revolverse afanado en una
colección fanática. La avidez de tener entre sus manos los trozos cubiertos por
el polvo del olvido han virado la avaricia hacia los rudimentos de una
colección. La colección de la historia pasada. La colección de la memoria rota.
El
escenario de lo minúsculo, de lo perdido, de lo extraviado en la guerra, en la
catástrofe, en la miseria o en el crimen es donde habita ese tipo que es capaz
de caracterizar Abigail Lazkoz en It
only happened once and I don’t remember it very well. La
naturaleza de este personaje es bien interpretada por la artista vasca: un ser
errabundo, con aspecto de buhonero o mercachifle, un hombre que carga con un
gran peso. Este ser ambulante lleva a cuestas la montaña de la historia.
El tipo va a la zaga de recoger
todos los objetos que encuentra a su paso e incluso aquellos por los que tiene
que cambiar de rumbo haciendo de su camino un transcurrir interminable. La
labor que libra es parecida a la del coleccionista, como sugeríamos
tempranamente. Aunque en ella hay algo más. No solo confecciona una colección
donde anidan los objetos con memoria, sino que a través de ellos intenta
construir la historia. Aquí tenemos la imagen del historiador que Benjamin
trajo a la luz como la de un trapero. La
montaña depositaria de despojos, la que hemos llamado montaña de la historia, es el lugar donde el colector se erige como
el recuperador de testimonios.
El
personaje que trae Abigail Lazkoz es el “historiador benjamineano”[1][1]: un chamarilero
que es capaz de construir la historia por debajo. Una historia que nunca ha
sido escrita o que ha sido borrada en algún otro momento. El paso de este
personaje solitario es el de un espectro que se desliza por todos los tiempos:
pasado, presente y futuro. Y que no acostumbra a descansar ni siquiera en sus palabras
escritas, sino que las vuelve contra él mismo cuando encuentra nuevos objetos.
No obstante, este personaje que no recuerda muy bien lo que ocurrió y que, sin
embargo, no cesa de afirmar que algo sucedió se asienta en una tierra de
tendencias sísmicas. De hecho, las obras de Lazkoz andan entre las ruinas de
ese legado de tensiones históricas. Se sitúa entre la construcción
civilizatoria y el desgarro de su progreso. Por eso, los conflictos políticos,
bélicos y sociales que marcan el panorama de lo real son los temas de interés
de nuestra artista. Las incógnitas que recorren cada uno de los acontecimientos
que construyen la historia, siempre bajo el vaho tenebroso del olvido y de la
pérdida, son como un imán para el ingenio de los episodios paradójicos de
Lazkoz: todas sus obras podrían comprenderse como un continuo de fragmentos o
episodios de un gran relato en el que los hechos narrados entran en paradoja
como la vida misma. Y es que en cierta medida, Abigail Lazkoz también es una historiadora benjamineana. Ella también
recoge con dilección los fragmentos de textos y documentos y trocitos de
historias para contarnos un nuevo relato. Escudriña en esas piezas
testimoniales, estos retazos de vida que son los restos de una existencia
pasada y los devuelve en su forma más espectral. Aquella que convive entre los
vivos y los muertos, entre las construcciones y los escombros, entre la
prosperidad y el pogromo, entre la memoria y el olvido. La hégida de la memoria
en el olvido es el lugar fantasmal de nuestra cultura y nuestro yo social. Y
ese lugar es el que explora It
only happened once and I don’t remember it very well.
En
algunos análisis sobre la noción de mercancía en Benjamin hallamos empero como
la desmesurada montaña de objetos nos hacen pensar de una forma codiciosa y
desleal ante ellos. La abundancia habría transformado el objeto misterioso en
una vacuidad indolente. La montaña atraería un vaciamiento del sentido de la
realidad por la sobrecarga de producción de lo inútil, así como de acumulación
de lo superfluo. Sin embargo, el discurso del historiador chamarilero se
produce de manera demasiado alambicada para buscar una única exégesis
materialista y así lo muestra Abigail Lazkoz. El objeto es el testigo que en
manos del historiador escribe la historia.
[1] Esta noción
es desarrollada por Miguel Ángel Hérnandez Navarro en Materializar el pasado. El artista como historiador benjamineano.
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