Texto realizado con motivo
de la exposición de Rafa Tormo i Cuenca en la Galería Cubo Azul, León, 2008.
IMPLOSIÓ IMPUGNADA 10. ATRACO
A LA REALIDAD.
“Lo que se representa como la vida real se revela
simplemente como la vida más realmente
espectacular.”
Guy Debord
En 1967 el filósofo francés Guy
Debord publicaba un ensayo/retrato de gran crudeza sobre la sociedad
contemporánea y que hoy día se vislumbra como paradigma de actualidad: La Société du spectacle. Bajo esta
divisa, emblema del 68, las relaciones sociales se ofertan como mercancías de
consumo haciendo de nuestras “libres elecciones” meras compras à la carte.
Por supuesto, una vez más, el
arte no queda inmune a este barrido del Capital que hace de la
espectacularización la mayor banalización de este. De esta manera, el
espectáculo –fuente desmedida de
grandilocuencia- transfigura algunos de los iconos más relevantes de la
cultura (museos, artistas, galerías,…) en atracciones insertas en la industria
del entretenimiento – si no todos, al menos una gran parte de ellos.
Así, Rafa Tormo i Cuenca se nos
muestra como un “interlocutor molesto” en un diálogo con la realidad, haciendo
de Implosió impugnada 10 un
movimiento catalítico de crispación y malestar para aquellos que se presentan
tanto dentro como fuera del show business
del arte. Para ello, se sirve de uno de los edificios más simbólicos de la
moderna ciudad de León -el MUSAC- como “reclamo”, a partir de tres niveles de
representación de lo real. El “reclamo”, según Tormo i Cuenca, se precipita
como anzuelo para el espectador-consumidor: “cuanto más contempla, menos vive;
cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos
comprende su propia existencia y su propio deseo”.[1] Por
tanto, esta primera secuencia de la pieza no trataría de reformular una
ontología de la realidad, sino más bien conferir a la imagen una conciencia
hipostásica, es decir, un retorno a lo
real. Ya que detrás de esta imagen hiperreal del museo leonés (percatémonos
que son las traseras del edificio) no hay nada. La hiperrealidad vacía la imagen de contenido: “el hiperrealismo es
más que un engaño del ojo. Es un subterfugio contra lo real, un arte empeñado
no sólo en pacificar lo real sino en sellarlo tras las superficies, en
embalsamarlo en apariencias.”[2]
Pero, el simulacro hiperreal se
fractura con la introducción de una imagen que nos abre el tiempo heterocrónico de la obra a partir de lo
que podemos entender como realismo traumático. El fallo de la inasible
realidad, hispóstasis invertida del MUSAC: abstracción del concepto de
realidad, se disloca por el choque de la imagen experiencial. La representación
de una joven que remite a la experiencia del trauma de la vida traspone la
percepción de la primera capa (esta, aparente trompe-l’oeil clásico en las artes plásticas) y, en palabras de Hal
Foster, “detona la imagen”. Por consiguiente, el exceso de realidad de esta
nueva secuencia implosiona el conjunto, haciendo visible el simulacro anterior
y desfragmentando la visión en un complejo mosaico de confusión e
inestabilidad.
“Silencio: estoy ante la vida. En
la habitación de al lado no hay nadie. Nadie ha sobrevivido mucho tiempo en el
interior del museo. Los turistas lanzan falsas monedas a una falsa fuente. La
vida subida encima del pedestal se ha desnudado dejando ver a todos el cadáver
de una palabra.” [3]
Y es cierto que si practicamos
ese “inconsciente óptico” que define Walter Benjamin en Pequeña historia de la fotografía apercibimos una tercera capa de
realidad; aquella que hace del hombre anónimo, el artista encubierto por la
realidad, un animal político con sed de desafío a la vida, lleno del “querer
vivir la vida” entendiendo éste como “acto de sabotaje”, siguiendo la
terminología de López Petit, o atraco a
la realidad.
El objeto desvelado: la realidad.
Para completar la exposición de
Rafa Tormo i Cuenca en la Galería Cubo Azul, se exhibirán las dos “implosions
impugnades” que preceden a ésta.
Implosió impugnada 8 e Implosió
impugnada 9 atienden a la idea que hemos barajado en otras ocasiones sobre
la obra de nuestro artista[4]: Tormo i
Cuenca como “artista-antropólogo no es un analista objetivo que se deja afectar
por el grupo humano que investiga, sino que sigue las huellas de su propia
formación como individuo dentro de la comunidad.” Por tanto,“Tormo penetra en
la cultura popular y la hace suya; apoderándose de su instrumental con el fin
de generar: por un lado, memoria. Es decir, mantener los soportes rituales que
conforman la colectividad mediante la fiesta y la celebración. Y por otro lado,
herramientas para la lucha y la protesta.”
Así, mientras Implosió impugnada 8, proporciona los
útiles para la toma del espacio público en una “manifestación carnavalizante”, Implosió impugnada 9 -nec plus ultra del distanciamiento de la
acción popular- se pregunta por el devenir de la colectividad en el constructo
particular de lo real.
Por lo tanto e intentando llevar
a cabo aquella tarea que Galder Reguera propone (desvelar la obra “a través de
la especulación hablada o escrita.”[5]), sólo
podemos –paradójicamente- finalizar con las mismas palabras que Ludwig
Wittgenstein concluyó el Tractatus:
“de lo que no se puede hablar, mejor callar”; o mejor todavía, actuar.
[2]
Foster, H., El
retorno de lo real, Madrid, Akal, 2001, p. 145.
[3]
López Petit, S., Amar y pensar. El odio de querer vivir, Barcelona, Bellaterra,
2005, p.26.
[4]
Fragmentos extraídos del texto Implosió Impugnada 8. ¿Una dulce disrupción
del cotidiano? escrito con motivo de la exposición del mismo artista en la
Galería Rosa Santos, Valencia, Septiembre, 2007.
[5]
Reguera, G., La
cara oculta de la luna. En torno a la “obra velada”: idea y ocultación en la
práctica artística, Murcia, Infraleves, Cendeac, 2008, p.14.
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