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Miguel Rael, La mésentente, 2014 |
Auspiciar
la eternidad mientras hay un mundo que se acaba.
Desde
hace algún tiempo cuando observo las obras de Miguel Rael me pregunto por la
posibilidad de describir el derrumbamiento. El proceso que se debate entre la
demolición y la caída. Un trayecto entre la pasividad de ser derrocado por algo
o alguien y el activo de desplomarse uno mismo. Pareciera que el fin es el
mismo: precipitarse al suelo. Sin embargo, el desplome es la rendición de uno.
Nadie te empuja al vacío, sino que tú elijes lanzarte. A pesar de que conoces
que no habrá marcha atrás. Se trata, pues, de “(l)a paradoja de un abismo que
se encuentra en y con otro abismo”.
Consideramos el mundo en un inagotable desacuerdo en su diálogo infinito con la
vida, se trata de El desacuerdo de
Miguel Rael (Lorca-1974), la última exposición del artista en Valencia.
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Miguel Rael, Manifiesto, 2015. Foto: Nacho López Ortiz |
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Miguel Rael, Manifiesto, 2014. |
Todo
proceso de demolición conlleva la pervivencia de las ruinas. Cuando me acerco a
las esculturas (serie Manifiesto y ensamblajes a los que se suma imagen y
pintura) de Miguel Rael, me dispongo a habérmelas con esa idea de una
abstracción de lo real donde lo concreto se desvanece hacia lo contrario en una
anomia de las partes. Son los manifiestos del artista; una suerte de antimonumento
en el que la ruina del “memorial” se presta a la transitoriedad del
post-materialismo. Las peanas de nogal avanzan la diferencia que atenderá la
pieza en su totalidad en su régimen de planta monaica. Es decir, que separa los
géneros. El gusto para los sentidos que produce la madera se deslinda de la
piedra a la que da soporte. Los ojos se enconden en el cemento, salen las
ropas, se viste el anti-pedestal. El cemento no se presta al paso del tiempo.
Su dureza escultural impresiona la maleabilidad del soporte. Al punto que la
exploración de Rael sobre el cambio de régimen de las materias retorna en estas
piezas. Si bien nunca lo ha abandonado, en ocasiones su sutileza lo ha
escondido. Las ruinas en la demolición son como la antiforma primera, aquella
en la que se aventajaba Robert Morris, en la desmaterialización de la obra para
alojarse en el Realismo Especulativo;
manifiestos del desacuerdo, una vez más.
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Miguel Rael, Manifiesto, 2015 (detalle). |
También
Miguel Rael parece ocultar la visibilidad directa de las cosas. Sus lienzos elásticos
y negros a lo Soulages, como me gusta decirle, se abren en un espaciamiento a
la nada. Es decir, una evasión del conocimiento en la forma concreta y que
rompe el sentido de cuadro en la gravedad de la antipintura. A saber: escondiendo
la pintura si no raptándola igualmente. Pero, ¿qué escondes, Miguel Rael?¿Por
qué esa necesidad de huida de lo real? La ruptura del poder de lo visual, o eliminación
de la visión en la oscuridad de la noche del lienzo es la forma más radical de
indagar sobre la experiencia de lo Real. “Tenemos sed
de infinito”, grita Santiago López Petit.
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Miguel Rael, Manifiesto, 2014. |
Y,
en ese acercamiento entre lo antivisual de algunas de sus piezas con cierta
tradición postminimalista y una ontología
orientada al objeto (el OOO de
Graham Harman para más aclaraciones), emerge lo que he definido en el campo de
la crítica de la autobioficción en
torno al trabajo de Miguel Rael como autoficción
conceptual. El ejemplo claro se expondría en sus fotografías y su vídeo La mésentente en el que la metáfora viva, el concepto rebasa su
figura para vivir la vida de uno. En este caso la metáfora es aquella en la que
una navaja butterfly coreografía los
pases de la balysong (arte marcial de
orígenes en los mares del sur de China) en un movimiento de diálogo y disputa. La mésentente deriva de la noción de
desacuerdo del filósofo francés Jacques Rànciere por la que la disputa o
desacuerdo va más allá de no estar conforme al contrario: excede la forma del “contra”
para ejercer una tercera figura política, personal e íntima. Se trataría de la
presencia indetermina del que no puede acordar el contrato de diálogo porque sus
capacidades no se integran en este. De ahí, las consideraciones sobre que su
trabajo excede la fuerza del concepto para orientarse hacia la propia
autobiografía exteriorizada en las relaciones de perpetua disputa con el otro.
Finalmente, contrariar, contra-decir o llevar al desacuerdo sería en la obra de
Miguel Rael la mayor encarnación política del infinito y la nada.
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Miguel Rael, La mésentente, 2015. |
Johanna Caplliure
Crítico de arte, filósofa y comisaria