Ecosistema de retorno. Carla Souto
Los países
occidentales sufrimos una importante desconexión con la naturaleza, con
nuestras raíces y nuestra identidad. Hemos perdido nuestra fuerza como especie
creyendo en la evolución y progreso, mientras que evitamos hibridarnos hacia
algo superior: un encuentro valiente y fundente entre el ser humano y la
naturaleza en todo su poder de revelación.
No parece
extraño que la naturaleza nos tenga preparada una venganza lenta y violenta. Ni
tampoco parece sorprendernos los cambios que hemos producido en esta era que
hoy día todo el mundo llama del Antropoceno. Una época en la que los seres
humanos tomaron la tierra para conquistarla con sus prácticas y formas de hacer
sin aprender de los animales, las plantas y su ecosistema. Las investigaciones
sobre el Antropoceno se encuentran entre los más importantes análisis sobre la
historia terrestre afectada por la actividad humana; quizá, una historia sobre
nuestro planeta más política que geológica. Pero que es capaz de arrojar nuevas
luces sobre nuestra forma de vida actual.
Carla Souto (A
Coruña,1994) desea vincular el anthropos a una vuelta al sistema natural explorando
los afectos culturales y naturales que se producen entre el cuerpo humano y las
plantas. Su proyecto se determina por una clara intencionalidad de retorno a
los orígenes cósmicos “fussionels”. El cuerpo es su protagonista. Este provoca una
serie de aspiraciones que trascienden lo meramente físico y se ofrecen en la
forma de partes abstraídas de mujeres. Partes que pierden su forma de “cosa” en
virtud de una ocupación de la naturaleza. Estas se abstraen sin renunciar a sus
formas sensuales, redondeadas y sinuosas como los paisajes. Algunas de las
piezas escultóricas remiten a llanos, otras a colinas; sin embargo, todas
parecen permitir una reconciliación con las líneas de diseño primigenio: una ergonomía
de la naturaleza. Puesto que el cuerpo es quien ahora se adapta a ella y no
contrariamente. Y además, lo hace para que esta se sienta renacer en una nueva
época -si no queremos denominarla ecológica, al menos deberíamos entenderla
bajo una sensibilidad extendida a la totalidad de la existencia.
De hecho, las esculturas de Carla
Souto permiten un acercamiento profundo a un misticismo cósmico que confluye en
un todo. En este sentido, parece que las circunstancias en las que brotan los
cuerpos-esculturas y la vegetación son el producto de una nueva ontología. Esta
se apoyaría en una inspirada neo-religión donde nos sentiríamos parte de una
comunidad en unión por unos intereses mayores. De hecho, desde Peter Sloterdijk
hasta Emanuele Coccia, pasando por aquellos pensadores y artistas que analizan
la producción de sentido del antropoceno, pareciera que todos idean vincularse
con una instancia superior: una comunidad de desarrollo afectivo, economía en
medios y estrategias de agenciamiento. Me refiero a las “esferas” (burbujas,
globos y espumas) que planteó Sloterdijk o la “atmósfera” que Coccia analizó en
su La vie des plantes.
De hecho, “la vida de las
plantas es una cosmogonía en acto, la génesis constante de nuestro cosmos”. Es una específica, pero importante concepción sobre cómo podemos
entender cada acción o individualidad en relación con lo común y con lo
universal. En el caso de Souto, esta
trata de indicarnos como se produce esa vida compartida bajo una misma
atmósfera: un jardín o un paisaje. Un ecosistema de retorno. Puesto que es el
agua, la luz o el aire, elementos que plantas y humanos necesitamos para vivir.
La atmósfera envuelve la idea de atravesar los cuerpos y atravesar el mundo.
Por eso, somos hijos de una misma vida: la naturaleza, la madre, la mujer. Así,
la artista gallega escoge el cuerpo de la mujer, normalmente asociado al
feminismo esencialista, para desdoblarlo en estratos de tierra, posos de
atmósfera, huecos en que repoblar plantas, flores o árboles. Y, desde estos,
ver el proceso de transición hacia una naturaleza común.
Johanna Caplliure
21 de Julio al 7 de Octubre
MAG