Horizonte
gris, ácido centelleo.
Las
calles desiertas y grises toman el azul oscuro de la noche. Podría ser la
madrugada de una gran ciudad. El silencio lo invade todo. El gris oculta el día
que vendrá o quizá que ya ha acabado. Todo deviene otra cosa.
Los
cimientos grises se elevan como un encaje de fina piedra. Los gigantes de
cemento son perforados o troquelados por vanos de geometría simple. El ornato
de las grandes arquitecturas clásicas se ha suplido por figuras lisas de cubos
tristes, de tonos pardos y antracita. Decenas de ventanas en un edificio,
centenares de ventanas que se extienden en un continuum de edificios, forman un
todo. Un único edificio de millares de ventanas. Los vidrios trasparentes
parecen ahumados por los gases tóxicos que ascienden del asfalto de las aceras;
el dióxido de carbono asfixiante de los tubos de escape que los automóviles
desprenden; vapores destilados de las alcantarillas.
Podría
decirse que esta ciudad es una grisalla, una imitación de relieves sin fondo,
un escenario casi fastamagórico de lo que tendría que ser una ciudad. Pero si
nos acercamos más al cuadro fijo, observamos que la escenografía es la de un
edificio de viviendas. La vida está detrás de cada uno de esos muros
enladrillados y eso es lo que parece que Keke Vilabelda trate de arañar en el
cemento cuando tiñe de colores ácidos las ventanas ahumadas.
Para los situacionistas las ciudades, los edificios y los circuitos urbanos eran componentes de un todo decorativo, un escenario festivo y lúdico por el que perderse, por el que desviar el transito dirigido: un lugar lleno de posibilidades en el que renovarse. Sin embargo, las Acid House de Vilabelda están más cerca de un escenario cinematográfico donde ya ha pasado la vida. Una ciudad que ha perdido los hábitos de sus paseantes y habitantes. La lucha de Vilabelda está en ese arañado con el que hiere la grisalla y es en su laceración donde escapa la luz de un habitar el espacio.
A través
de las luces que emanan los apartamentos podemos inventar las vidas de los que allí
habitan. En ellas se sugiere la percepción interior de la vida. Las ventanas se
encienden y se apagan. Y la fachada se asemeja a una pantalla. Una pantalla
divida en miles de canales donde cada uno tiene su codificación. Los efectos
lumínicos de la vida representados por la pintura ácida son el único registro
formal que pone de relieve las variaciones polifónicas de la arquitectura
metropolitana. Y la ciudad despierta al sonido de su respiración.
En
la pantalla multiplicada de la fachada es difícil descansar la “mirada indiscreta”,
y así es como lo ha previsto Vilabelda. La ciudad y sobre todo los edificios se
convierten en pistas de audio, en pantallas, donde samplear sonido e imagen, puesto que aquí el color se identifica
con un beat. Su fin es generar una nueva track: una composición infinita que se
despliega por cada una de las fachadas de esta ciudad. Y es la fachada de lo
real que se conforma como el mayor simulacro. La playlist de una gran ciudad. La lista de reproducción de los modos
de vida de los que habitan estas ciudades.
Ante
una pantalla-lienzo pixelada en bruma, Keke Vilabelda modula con el crossfader, scratchea el friso continuo de formas sólidas de la grisalla
mediante la tonalidad, el beat y los
ajustes del ácido de la luz de los vanos, de las líneas que parten el muro
gris, de las figuras geométricas que superponen los significados y las fórmulas
de sampleado. Se trata de encadenados musicales de la cultura electrónica - y
de la cultura de masas- que en un quiebro del build-up eleva la composición - o la construcción formal de una
tradición musical y pictórica- a la programación de un estado de bombeo espasmódico
autocontrolado. Por fin parece que el corazón bate en el centro de ese hogar cimentado.
Contemplando
las representaciones formales que Keke Vilabelda plantea de esta ciudad,
podemos bosquejar que construcción y programación son dos ideas que van de la
mano. Las edificaciones parecen abocadas a un consumo y deterioro acelerado
como si existiera una intencionalidad de traer la ruina al presente. Esta idea
se presenta como una programación hacia la obsolescencia en el que solo pervive
el cemento. Si seguimos este hilo llegaríamos a la cuestión de si podemos
hablar de vidas programadas. Sin embargo, la exaltación del color ácido en Build-up confirma la posibilidad de una
re-programación. Los desvíos programados por Vilabelda son nuevos itinerarios
visuales y vitales.
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