Incurrir en lo imposible, el
encuentro
Desde hace algún tiempo podemos
medir las relaciones que se nos dan -ya sean sociales, económicas, políticas…-
bajo la sintomatología de un “estado de excepción”. Vivimos fuera de la
regularidad que la tradición y la historia nos imponía. No obstante, la
cuestión de la excepcionalidad nos sitúa en un orden mundial que opera a gran
escala y se instala en la vida cotidiana de todos. De aquí que la práctica más
habitual en nuestro entorno sea la de alzar barreras profilácticas contra todo
aquello que suponemos agente patógeno para la conservación de nuestras vidas.
Así pues, observo que el orden
opera bajo la inmunidad y vulnerabilidad de ciertos barrios. La inmunidad
parece un gesto de protección pero en realidad no es más que la exclusión del
resto. Es decir, de la vida en comunidad. Pienso en como se presenta un barrio
que es enfermado, bajo el supuesto de inmunidad, hasta la expulsión de la red
de convivencia por miedo al “contagio”. El barrio puede ser Velluters, pero
también -en otros momentos o al mismo tiempo- lo es el Cabañal, la Malvarrosa,
o Ruzafa por ofrecer algún nombre. Estos barrios se presentan sujetos a un
estigma: el contagio al otro. Pero igualmente, en el interior del barrio los vecinos
adoptan prevenciones ante el riesgo de salir afuera, de vivir en comunidad.
Así, la ley imperante es el miedo y el malestar instilado en nuestra
experiencia.
Nuestras vidas se han vuelto
pobres, nuestra experiencia se ha empobrecido. De esta misma manera, Walter
Benjamin describía la vuelta muda de los soldados en la 1ª Guerra Mundial, así
como la vida en las ciudades que destruidas se enfrentaban a los cambios
técnicos, mercantilización extrema, totalitarismos… bajo el mayor de los
silencios; aquél que se da con la pérdida. Hoy mismo hablamos de la pérdida de
nuestros hogares y vidas: expropiación y degradación de un barrio, pero también
de nuestra dignidad. Todas éstas son formas de dar nombre a la precarización de
la vida.
La lucha ya no es contra un “esto
es lo que hay”. La vida nos dice que realmente “esto no es sólo lo que hay“,
sino que lo que hay está por venir. Este devenir no es un venir-esperanza, venir-utópico,
venir-resignado. Sino que para
nosotros es un salir afuera de nuestras vidas- que no es otra cosa, como decía
anteriormente, que vivir la experiencia de la comunidad.
Por todo esto, siento –
abandonando cualquier ideal comunitarista- que el mayor riesgo y foco de
contagio que debemos asumir es el de la propia comunidad. Una comunidad que
como muchos han intentado definir (Nancy, Blanchot o Esposito) no es fácil de
presentar como tal, ya que su mayor secreto está en su imposibilidad
constitutiva. Sin embargo, es esta comunidad imposible la que me hace creer que
todavía existe la posibilidad para cambiar.
Cuando pienso en esta comunidad
lo hago desde la imagen potente que el dramaturgo y director de teatro Jerzy
Grotowski ofrece sobre la experiencia del actor con el público: la experiencia
del encuentro. El encuentro es un breve acontecimiento
intenso, eficaz y, a veces, incomprensible al situarse fuera del orden
establecido.
En estos barrios el encuentro viene, en ciertas ocasiones,
inducido por la rehabilitación de ciertas zonas con jardines, plazas o también
edificios públicos y privados que intentan reavivar las relaciones vecinales.
En algunos casos estos elementos facilitan la regeneración del movimiento entre
las personas, aunque es cierto que no es suficiente. El encuentro en su mayor vivacidad se da de otra manera: por medio de
las pequeñas acciones de cada día. Por este motivo, me gusta pensar en que
existen algunos espacios como lugares para la activación de la comunidad. No se
tratan de espacios determinados por una acción de antemano, sino de un fluir de
la vecindad. Todos sabemos bien que la vida no se hace en los espacios que se
nos designan para convivir, sino que la vida fluye por cada uno de los
callejones, esquinas, solares, tiendas, grietas en los que nos aproximamos al
otro.
Por lo tanto, salir a la calle,
celebrar una fiesta, hablar con el que pasa, compartir el malestar; en fin,
interrumpir el movimiento cotidiano por el fluir de la vecindad es una posible
propuesta de activación de los espacios a partir de este nuevo intento de
comunidad.
Después de esto, podemos decir
que el encuentro es la comunidad, un
“nosotros”, que se traduce en el intento de “hacer barrio”, recuperar una forma
de vida, rescatar la dignidad, perder el miedo, querer vivir.
Artículo escrito para (sic), un proyecto de Álvaro de los Ángeles.
(sic) societat i cultura es un proyecto expositivo/editorial realizado para el MUVIM, Valencia, 3 de diciembre de 2009 – 18 de febrero de 2010. Publicación sobre el barrio de Velluters, Valencia.
El número está también descargable en:
http://www.societaticultura.org/wp-content/uploads/2009/12/sic_021.pdf
Diseñado por ESTABLIMENT.
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