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viernes, 15 de mayo de 2015

Vencer la rendición. Orfeos de Maya-Marja Jankovic.




Vencer la rendición. Orfeos de Maya-Marja Jankovic.

HEURTEBISE. – Orphée! Orphée! Vous connaissez la mort!
ORPHÉE. – Ah!...J’en parlais, j’en rêvais, je la cherchais. Je croyais la connaître. Je ne la connaissais pas.
HEURTEBISE, secouant Orphée. – Vous la connaissez, en personne.
ORPHÉE, abattu. – ...en personne.

HEURTEBISE. – Vous êtes allé chez elle!

ORPHÉE, réfléchissant. – ...chez elle?
Jean Cocteau, Orphée.
A Orfeo se le atribuye el más bello don con que se podría dotar a un humano: el canto, la poesía, la creación seductora capaz de domesticar las bestias, calmar las bravas aguas, remitir la furia de los dioses y engatusar a cualquiera con el deleite de su arte.  No obstante, la profundidad del mito no se muestra en su forma, sino oculto en el interior de la propia obra. El mito de Orfeo nos ofrece una serie de enigmas sobre la vida y el deseo humano, la pasión, lo divino y lo mortal. Pues ¿acaso podemos traspasar las fronteras de la muerte? Orfeo lo consigue: engaña a la muerte en un instante de persuasión. Y por un momento, desciende a los infiernos. Los dioses le permiten viajar al Hades para volver a encontrarse con Eurídice. Pero el intento de huida y rapto de su amada se torna imposible por ese mismo exceso de deseo.

En Orfeos de Maya-Marja Jankovic la historia sobre el amor, el arte y la muerte intenta desvelarnos otra forma predispuesta a la vida: el transcurso de esta misma en un devenir desobrado. Es decir, bajo la ausencia de obra. Por lo tanto, la vida se convierte en un medio y fin en sí mismo, en una pasión inconsolable que se consume interminablemente. 
Si observamos el mito clásico en voz de Virgilio, Ovidio u otras versiones en época contemporánea con las figuras de Cocteau, Blanchot o Camus, nos cuestionamos si existe un retorno al mundo después de caer en las tinieblas. Sin embargo, en la carrera que nos propone la artista serbia la vida tiene una meta bien diferente: vivir la vida como desafío cotidiano. Por eso, todos somos Orfeos y en el dorsal llevamos el reto inscrito. La errante fantasmagoría de los Orfeos conduce a una incesante existencia suspendida en la vida. Vivir es la victoria de la vida. Existir es participar en la vida.
Pero, ¿cómo vencemos el correlato aparente entre vida y muerte? El mito de Orfeos de Jankovic se sitúa en el lugar de la creación, en esa “tierra de nadie” que es el espacio del deseo, las expectativas, el sueño, las ambiciones y, por supuesto, la superación humana. Sentimos que vencemos en la búsqueda perpetua, en el tránsito órfico entre la vida y la muerte. Además, la interpretación de Maya-Marja Jankovic no deja de ser una expresión de conciencia del mundo que nos envuelve, del tiempo universal y de la comunidad a la que pertenecemos. El anhelo humano de conquistar los límites, de desplazar las fronteras en virtud de su mortalidad y afrontar su destino como desafío existencial se desvela como convivencia. La participación de una colectividad donde la asociación de deseos, el habitar lo desconocido y su propia superación diríase, en definitiva, que forman parte de la carrera que es la vida.
Johanna Caplliure

Maya-Marja Jankovic, Orfeos. Performance en Zona 3, Nit de l’art Castelló. 15 de mayo 2015.

jueves, 3 de octubre de 2013

Horizonte gris, ácido centelleo



Horizonte gris, ácido centelleo.

Las calles desiertas y grises toman el azul oscuro de la noche. Podría ser la madrugada de una gran ciudad. El silencio lo invade todo. El gris oculta el día que vendrá o quizá que ya ha acabado. Todo deviene otra cosa.

Los cimientos grises se elevan como un encaje de fina piedra. Los gigantes de cemento son perforados o troquelados por vanos de geometría simple. El ornato de las grandes arquitecturas clásicas se ha suplido por figuras lisas de cubos tristes, de tonos pardos y antracita. Decenas de ventanas en un edificio, centenares de ventanas que se extienden en un continuum de edificios, forman un todo. Un único edificio de millares de ventanas. Los vidrios trasparentes parecen ahumados por los gases tóxicos que ascienden del asfalto de las aceras; el dióxido de carbono asfixiante de los tubos de escape que los automóviles desprenden; vapores destilados de las alcantarillas.

Podría decirse que esta ciudad es una grisalla, una imitación de relieves sin fondo, un escenario casi fastamagórico de lo que tendría que ser una ciudad. Pero si nos acercamos más al cuadro fijo, observamos que la escenografía es la de un edificio de viviendas. La vida está detrás de cada uno de esos muros enladrillados y eso es lo que parece que Keke Vilabelda trate de arañar en el cemento cuando tiñe de colores ácidos las ventanas ahumadas. 




Para los situacionistas las ciudades, los edificios y los circuitos urbanos eran componentes de un todo decorativo, un escenario festivo y lúdico por el que perderse, por el que desviar el transito dirigido: un lugar lleno de posibilidades en el que renovarse. Sin embargo, las Acid House de Vilabelda están más cerca de un escenario cinematográfico donde ya ha pasado la vida. Una ciudad que ha perdido los hábitos de sus paseantes y habitantes. La lucha de Vilabelda está en ese arañado con el que hiere la grisalla y es en su laceración donde escapa la luz de un habitar el espacio.

A través de las luces que emanan los apartamentos podemos inventar las vidas de los que allí habitan. En ellas se sugiere la percepción interior de la vida. Las ventanas se encienden y se apagan. Y la fachada se asemeja a una pantalla. Una pantalla divida en miles de canales donde cada uno tiene su codificación. Los efectos lumínicos de la vida representados por la pintura ácida son el único registro formal que pone de relieve las variaciones polifónicas de la arquitectura metropolitana. Y la ciudad despierta al sonido de su respiración.

En la pantalla multiplicada de la fachada es difícil descansar la “mirada indiscreta”, y así es como lo ha previsto Vilabelda. La ciudad y sobre todo los edificios se convierten en pistas de audio, en pantallas, donde samplear sonido e imagen, puesto que aquí el color se identifica con un beat. Su fin es generar una nueva track: una composición infinita que se despliega por cada una de las fachadas de esta ciudad. Y es la fachada de lo real que se conforma como el mayor simulacro. La playlist de una gran ciudad. La lista de reproducción de los modos de vida de los que habitan estas ciudades.

Ante una pantalla-lienzo pixelada en bruma, Keke Vilabelda modula con el crossfader, scratchea el friso continuo de formas sólidas de la grisalla mediante la tonalidad, el beat y los ajustes del ácido de la luz de los vanos, de las líneas que parten el muro gris, de las figuras geométricas que superponen los significados y las fórmulas de sampleado. Se trata de encadenados musicales de la cultura electrónica - y de la cultura de masas- que en un quiebro del build-up eleva la composición - o la construcción formal de una tradición musical y pictórica- a la programación de un estado de bombeo espasmódico autocontrolado. Por fin parece que el corazón bate en el centro de ese hogar cimentado.


 
Contemplando las representaciones formales que Keke Vilabelda plantea de esta ciudad, podemos bosquejar que construcción y programación son dos ideas que van de la mano. Las edificaciones parecen abocadas a un consumo y deterioro acelerado como si existiera una intencionalidad de traer la ruina al presente. Esta idea se presenta como una programación hacia la obsolescencia en el que solo pervive el cemento. Si seguimos este hilo llegaríamos a la cuestión de si podemos hablar de vidas programadas. Sin embargo, la exaltación del color ácido en Build-up confirma la posibilidad de una re-programación. Los desvíos programados por Vilabelda son nuevos itinerarios visuales y vitales.