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jueves, 3 de octubre de 2013

Horizonte gris, ácido centelleo



Horizonte gris, ácido centelleo.

Las calles desiertas y grises toman el azul oscuro de la noche. Podría ser la madrugada de una gran ciudad. El silencio lo invade todo. El gris oculta el día que vendrá o quizá que ya ha acabado. Todo deviene otra cosa.

Los cimientos grises se elevan como un encaje de fina piedra. Los gigantes de cemento son perforados o troquelados por vanos de geometría simple. El ornato de las grandes arquitecturas clásicas se ha suplido por figuras lisas de cubos tristes, de tonos pardos y antracita. Decenas de ventanas en un edificio, centenares de ventanas que se extienden en un continuum de edificios, forman un todo. Un único edificio de millares de ventanas. Los vidrios trasparentes parecen ahumados por los gases tóxicos que ascienden del asfalto de las aceras; el dióxido de carbono asfixiante de los tubos de escape que los automóviles desprenden; vapores destilados de las alcantarillas.

Podría decirse que esta ciudad es una grisalla, una imitación de relieves sin fondo, un escenario casi fastamagórico de lo que tendría que ser una ciudad. Pero si nos acercamos más al cuadro fijo, observamos que la escenografía es la de un edificio de viviendas. La vida está detrás de cada uno de esos muros enladrillados y eso es lo que parece que Keke Vilabelda trate de arañar en el cemento cuando tiñe de colores ácidos las ventanas ahumadas. 




Para los situacionistas las ciudades, los edificios y los circuitos urbanos eran componentes de un todo decorativo, un escenario festivo y lúdico por el que perderse, por el que desviar el transito dirigido: un lugar lleno de posibilidades en el que renovarse. Sin embargo, las Acid House de Vilabelda están más cerca de un escenario cinematográfico donde ya ha pasado la vida. Una ciudad que ha perdido los hábitos de sus paseantes y habitantes. La lucha de Vilabelda está en ese arañado con el que hiere la grisalla y es en su laceración donde escapa la luz de un habitar el espacio.

A través de las luces que emanan los apartamentos podemos inventar las vidas de los que allí habitan. En ellas se sugiere la percepción interior de la vida. Las ventanas se encienden y se apagan. Y la fachada se asemeja a una pantalla. Una pantalla divida en miles de canales donde cada uno tiene su codificación. Los efectos lumínicos de la vida representados por la pintura ácida son el único registro formal que pone de relieve las variaciones polifónicas de la arquitectura metropolitana. Y la ciudad despierta al sonido de su respiración.

En la pantalla multiplicada de la fachada es difícil descansar la “mirada indiscreta”, y así es como lo ha previsto Vilabelda. La ciudad y sobre todo los edificios se convierten en pistas de audio, en pantallas, donde samplear sonido e imagen, puesto que aquí el color se identifica con un beat. Su fin es generar una nueva track: una composición infinita que se despliega por cada una de las fachadas de esta ciudad. Y es la fachada de lo real que se conforma como el mayor simulacro. La playlist de una gran ciudad. La lista de reproducción de los modos de vida de los que habitan estas ciudades.

Ante una pantalla-lienzo pixelada en bruma, Keke Vilabelda modula con el crossfader, scratchea el friso continuo de formas sólidas de la grisalla mediante la tonalidad, el beat y los ajustes del ácido de la luz de los vanos, de las líneas que parten el muro gris, de las figuras geométricas que superponen los significados y las fórmulas de sampleado. Se trata de encadenados musicales de la cultura electrónica - y de la cultura de masas- que en un quiebro del build-up eleva la composición - o la construcción formal de una tradición musical y pictórica- a la programación de un estado de bombeo espasmódico autocontrolado. Por fin parece que el corazón bate en el centro de ese hogar cimentado.


 
Contemplando las representaciones formales que Keke Vilabelda plantea de esta ciudad, podemos bosquejar que construcción y programación son dos ideas que van de la mano. Las edificaciones parecen abocadas a un consumo y deterioro acelerado como si existiera una intencionalidad de traer la ruina al presente. Esta idea se presenta como una programación hacia la obsolescencia en el que solo pervive el cemento. Si seguimos este hilo llegaríamos a la cuestión de si podemos hablar de vidas programadas. Sin embargo, la exaltación del color ácido en Build-up confirma la posibilidad de una re-programación. Los desvíos programados por Vilabelda son nuevos itinerarios visuales y vitales.  


martes, 27 de agosto de 2013

Atraco a la realidad


Texto realizado con motivo de la exposición de Rafa Tormo i Cuenca en la Galería Cubo Azul, León, 2008.



IMPLOSIÓ IMPUGNADA 10. ATRACO A LA REALIDAD.

“Lo que se representa como la vida real se revela simplemente como la vida más realmente espectacular.”  
Guy Debord

En 1967 el filósofo francés Guy Debord publicaba un ensayo/retrato de gran crudeza sobre la sociedad contemporánea y que hoy día se vislumbra como paradigma de actualidad: La Société du spectacle. Bajo esta divisa, emblema del 68, las relaciones sociales se ofertan como mercancías de consumo haciendo de nuestras “libres elecciones” meras compras à la carte. 
Por supuesto, una vez más, el arte no queda inmune a este barrido del Capital que hace de la espectacularización la mayor banalización de este. De esta manera, el espectáculo –fuente desmedida de grandilocuencia- transfigura algunos de los iconos más relevantes de la cultura (museos, artistas, galerías,…) en atracciones insertas en la industria del entretenimiento – si no todos, al menos una gran parte de ellos.

Así, Rafa Tormo i Cuenca se nos muestra como un “interlocutor molesto” en un diálogo con la realidad, haciendo de Implosió impugnada 10 un movimiento catalítico de crispación y malestar para aquellos que se presentan tanto dentro como fuera del show business del arte. Para ello, se sirve de uno de los edificios más simbólicos de la moderna ciudad de León -el MUSAC- como “reclamo”, a partir de tres niveles de representación de lo real. El “reclamo”, según Tormo i Cuenca, se precipita como anzuelo para el espectador-consumidor: “cuanto más contempla, menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo”.[1] Por tanto, esta primera secuencia de la pieza no trataría de reformular una ontología de la realidad, sino más bien conferir a la imagen una conciencia hipostásica, es decir, un retorno a lo real.  Ya que detrás de esta imagen hiperreal del museo leonés (percatémonos que son las traseras del edificio) no hay nada. La hiperrealidad vacía la imagen de contenido: “el hiperrealismo es más que un engaño del ojo. Es un subterfugio contra lo real, un arte empeñado no sólo en pacificar lo real sino en sellarlo tras las superficies, en embalsamarlo en apariencias.”[2]
Pero, el simulacro hiperreal se fractura con la introducción de una imagen que nos abre el tiempo heterocrónico de la obra a partir de lo que podemos entender como realismo traumático. El fallo de la inasible realidad, hispóstasis invertida del MUSAC: abstracción del concepto de realidad, se disloca por el choque de la imagen experiencial. La representación de una joven que remite a la experiencia del trauma de la vida traspone la percepción de la primera capa (esta, aparente trompe-l’oeil clásico en las artes plásticas) y, en palabras de Hal Foster, “detona la imagen”. Por consiguiente, el exceso de realidad de esta nueva secuencia implosiona el conjunto, haciendo visible el simulacro anterior y desfragmentando la visión en un complejo mosaico de confusión e inestabilidad.
“Silencio: estoy ante la vida. En la habitación de al lado no hay nadie. Nadie ha sobrevivido mucho tiempo en el interior del museo. Los turistas lanzan falsas monedas a una falsa fuente. La vida subida encima del pedestal se ha desnudado dejando ver a todos el cadáver de una palabra.” [3]
Y es cierto que si practicamos ese “inconsciente óptico” que define Walter Benjamin en Pequeña historia de la fotografía apercibimos una tercera capa de realidad; aquella que hace del hombre anónimo, el artista encubierto por la realidad, un animal político con sed de desafío a la vida, lleno del “querer vivir la vida” entendiendo éste como “acto de sabotaje”, siguiendo la terminología de López Petit, o atraco a la realidad.

El objeto desvelado: la realidad.

Para completar la exposición de Rafa Tormo i Cuenca en la Galería Cubo Azul, se exhibirán las dos “implosions impugnades” que preceden a ésta.
Implosió impugnada 8 e Implosió impugnada 9 atienden a la idea que hemos barajado en otras ocasiones sobre la obra de nuestro artista[4]: Tormo i Cuenca como “artista-antropólogo no es un analista objetivo que se deja afectar por el grupo humano que investiga, sino que sigue las huellas de su propia formación como individuo dentro de la comunidad.” Por tanto,“Tormo penetra en la cultura popular y la hace suya; apoderándose de su instrumental con el fin de generar: por un lado, memoria. Es decir, mantener los soportes rituales que conforman la colectividad mediante la fiesta y la celebración. Y por otro lado, herramientas para la lucha y la protesta.”
Así, mientras Implosió impugnada 8, proporciona los útiles para la toma del espacio público en una “manifestación carnavalizante”, Implosió impugnada 9 -nec plus ultra del distanciamiento de la acción popular- se pregunta por el devenir de la colectividad en el constructo particular de lo real.
Por lo tanto e intentando llevar a cabo aquella tarea que Galder Reguera propone (desvelar la obra “a través de la especulación hablada o escrita.”[5]), sólo podemos –paradójicamente- finalizar con las mismas palabras que Ludwig Wittgenstein concluyó el Tractatus: “de lo que no se puede hablar, mejor callar”; o mejor todavía, actuar.


[1] Debord, G., La sociedad del espectáculo, Valencia, Pre-textos, 2005, tesis 30, p.49.
[2] Foster, H., El retorno de lo real, Madrid, Akal, 2001, p. 145.
[3] López Petit, S., Amar y pensar. El odio de querer vivir, Barcelona, Bellaterra, 2005, p.26.
[4] Fragmentos extraídos del texto Implosió Impugnada 8. ¿Una dulce disrupción del cotidiano? escrito con motivo de la exposición del mismo artista en la Galería Rosa Santos, Valencia, Septiembre, 2007.
[5] Reguera, G., La cara oculta de la luna. En torno a la “obra velada”: idea y ocultación en la práctica artística, Murcia, Infraleves, Cendeac, 2008, p.14.