lunes, 24 de febrero de 2014

CONFIDENCIAL. DESTRUIR ANTES QUE LEER.



CONFIDENCIAL. DESTRUIR ANTES QUE LEER.
Volver a leer la actualidad a través de Unexpected documents in a waiting room de Tania Blanco.
Por Johanna Caplliure.

Asistimos al más espectacular de los momentos de la historia sin sorprendernos en absoluto. Vivimos en un permanente estado de engaño, en una suerte de “estado de mentira”.  Y ni siquiera nos preguntamos qué ha sucedido para que hayamos perdido todo ápice de escepticismo. ¿Cómo es posible que haya desaparecido la duda ontológica que dirimió Descartes en el s.XVII a través de su consabido cogito ergo sum o “dudo, luego existo”?¿Cómo hemos prescindido de las sospechas de Marx, Freud y Nietzsche sobre cómo vivimos una gran mentira, un mundo de ocultación y un sinfín de flagrantes estafas? Y sin embargo, lo más extraño de esta época consiste en que somos conscientes que vivimos la “falsa verdad”. Un embuste que se nos ha hecho pasar por verdadero durante tanto tiempo que ahora ya no podemos dudar que sea verdad. Y esto mismo es lo que ha acaecido en los medios de comunicación.

En la cultura mediática, ya no podemos reducirla a la denominación de “sociedad de la información”, todo deviene información, el gran poder es la misma información, todos somos información. A saber: la información se entendería[1]  como medio para un fin adocenado de manipulación y envenenamiento del juicio crítico en el que tristemente se ha perdido el mayor de los derechos de la ciudadanía: la libertad de expresión y el conocimiento.
A la “falsa verdad”, que se conduce – incluso- en cada movimiento y presión por nuestras arterias de la misma manera que en las redes sociales, institucionales y mediáticas, se sumaría la dictadura del consenso sobre la apariencia. La articulación de esta es la siguiente: hay que crear un “producto” (un bien no material llamado información) coherente, sin fracturas y que aparente una solidez inamovible: “que parezca una verdad, aun si no lo es”.
Así, el cuarto poder, hoy el “gran poder”, hacía su entrada “espectacularizada” en aquel maravilloso fake radiofónico de finales de los años 30 en el que Orson Welles hacía creer a la población estadounidense de New Jersey que estaba siendo invadida por un enemigo extraterrestre. Mediante este relato radiofónico, la interpretación de The War of the Worlds de H.G.Wells, se nos concedía la idea principal de la construcción informacional de los medios: un joven Orson Welles en el papel de un científico, un mediador que realmente es un actor, un director de cine, un guionista; es decir, un creador de fantasías, de mentiras que nos incita a creerle. 
Sin embargo, los medios han avanzado de tal manera que han transformado la sociedad en propio medio para el poder bajo la idea de información. Mentiras de Estado o el Estado de engaño. Entonces, cuando la mentira cubre un espectro mayor que el del teatro radiofónico y se convierte en la ideología de la población vinculada ciegamente a las clases dominantes, el temor es mayor. Y cuando esta mentira se emplaza en el centro de la información es imposible que no nos echemos a temblar. Si el gran poder para la población ha sido la libertad de expresión y de información, con el golpe de la mentira los medios de comunicación se han cubierto ellos mismos del mayor enemigo: la censura. “La prensa misma es la censura” decía G.K. Chesterton en 1917, pero lo que no sabía era que la discreta maniobra de la censura se nos ofrece hoy en desinformación y ocultamiento del mundo como rezan las investigaciones de Pascual Serrano o Ignacio Ramonet en nuestro país. Y que derivan, en palabras de Scott Lash, en una “sociedad desinformada de la información”. Entonces, solo nos queda esperar lo inesperado.


En una sala de espera el paso del tiempo se disipa de la misma manera que la figura del lector de diarios cuando no se encuentra entre las páginas, porque lo que lee no representa ni sus intereses ni la verdad que ha quedado desplazada por el desborde de la hiperrealidad en la “falsa verdad”. Sin embargo, en Unexpected documents in a waiting room, la sala de espera que ha creado Tania Blanco, el lector comparece como tal. Allí encuentra una serie de publicaciones habituales: periódicos, revistas de moda y belleza, prensa deportiva e incluso publicidad comercial y anuncios, pero con mensajes “inesperados” donde lo que parece no es. O más bien, lo que aparece es lo que debería ser normalmente. Los caracteres negros que se imprimen sobre el papel y pintan la “falsa verdad” en estos documentos son “verdades ficticias”. La tinta transformada en la delicada, perfecta y “maliciosa” tipografía e imagen pintada de Tania Blanco trae al lector la verdad en un espacio de imposibilidad. Puesto que la información de medios alternativos, prensa crítica, periodismo reflexivo nunca es encontrada en los medios oficiales. La astucia en los mensajes pintados sobre cerámica no duda en despertar al lector[2] de su ingenuidad, “estupidización” -mascullaría Lash-, ceguera o acobardamiento/acomodamiento en la lectura del diario. De una lectura confidencial que sería antes destruida que leída.




La línea sobre el papel de cerámica, la tinta que hiere el blanco diario con la cruda realidad. Así, Tania Blanco nos imprime la sospecha en cada uno de esos documentos. Cuestionamos la realidad o mentira de lo que nos cuenta. Dudamos de “la otra verdad” y al mismo tiempo nos impulsa a reflexionar y sospechar sobre la verdad que conocemos y a la que damos pábulo como nos ha presentado la reiterada “falsa verdad”. La sospecha se convierte en la fuerza centrípeta que mueve toda su obra haciendo tambalear los pilares en los que descansan nuestras creencias y verdades. La obra de Tania Blanco, como producto cultural representacional, quiebra su acontecer informacional y se pausa en la reflexión en un contexto en el que tanto la crítica como el cuestionamiento se han desmedrado por un paradigma mediático de flujos lubricados en lo hiperreal


Los documentos de Blanco no son una charada que se tenga que descifrar. Su mensaje se entiende conspicuamente aun pareciendo una ficción, ya que “es imposible que esto sea real”-nos decimos ante ello, que esta noticia la publique El País, The New York Times (“The New York Lies”), The Times o Daily News, Cosmopolitan u ¡Hola! con titulares como “Terrorismo financiero y crisis”, “Votes lo que votes, ya está todo decidido”, “Democracy Hypocrisy”, “Terrorismo de Estado”, “El deterioro imparable de la familia real”, o un especial “Biopolítica” en el National Geographic, y, además, sin deseo de enloquecer a la población como con la invasión extraterrestre de Wells. Aunque su mensaje nos hace temblar. A los lectores astutos y tenaces que son capaces de ir más allá de las palabras pintadas de Tania Blanco, observad con detenimiento el mensaje que incuba la sospecha. Abandonad la forma del ojo inerme y dotadlo de una mirada incisiva y crítica. Porque hoy la espera se convierte en la esperanza de lo inesperado.  




[1] La sociedad mediática se explicaría bajo una perspectiva instrumentalista de la información impulsada en deriva de “tecnología” de saber/poder foucaultiana y que finalmente ha sido traspuesta en la mediatheory, a través de la “biopolítica de los medios” y que yo me atrevería a denominar medialife. Puesto que la información se concentra como poder de la vida en todas sus parcelas, vivimos dentro de la información o como declaraba Jean Baudrillard con sus teorías sobre la hiperrealidad: “vivimos el acontecimiento no en tiempo real, sino en tamaño natural”. Demasiado real para poder ser reflexionado y asido por la representación.
[2] Siguiendo la tradición benjamineana pensamos en un lector productor, aunque sin deshacernos del autor.
 

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