CONFIDENCIAL. DESTRUIR ANTES QUE LEER.
Volver a leer la actualidad a través de Unexpected documents in a waiting room
de Tania Blanco.
Por
Johanna Caplliure.
Asistimos
al más espectacular de los momentos
de la historia sin sorprendernos en absoluto. Vivimos en un permanente estado
de engaño, en una suerte de “estado de mentira”. Y ni siquiera nos preguntamos qué ha sucedido
para que hayamos perdido todo ápice de escepticismo. ¿Cómo es posible que haya
desaparecido la duda ontológica que dirimió Descartes en el s.XVII a través de
su consabido cogito ergo sum o “dudo,
luego existo”?¿Cómo hemos prescindido de las sospechas de Marx, Freud y
Nietzsche sobre cómo vivimos una gran mentira, un mundo de ocultación y un
sinfín de flagrantes estafas? Y sin embargo, lo más extraño de esta época
consiste en que somos conscientes que vivimos la “falsa verdad”. Un embuste que
se nos ha hecho pasar por verdadero durante tanto tiempo que ahora ya no podemos
dudar que sea verdad. Y esto mismo es lo que ha acaecido en los medios de
comunicación.
En
la cultura mediática, ya no podemos reducirla a la denominación de “sociedad de
la información”, todo deviene información, el gran poder es la misma
información, todos somos información. A saber: la información se entendería[1] como medio para un fin adocenado de
manipulación y envenenamiento del juicio crítico en el que tristemente se ha
perdido el mayor de los derechos de la ciudadanía: la libertad de expresión y el
conocimiento.
A la
“falsa verdad”, que se conduce – incluso- en cada movimiento y presión por
nuestras arterias de la misma manera que en las redes sociales, institucionales
y mediáticas, se sumaría la dictadura del consenso sobre la apariencia. La articulación
de esta es la siguiente: hay que crear un “producto” (un bien no material
llamado información) coherente, sin fracturas y que aparente una solidez
inamovible: “que parezca una verdad, aun si no lo es”.
Así,
el cuarto poder, hoy el “gran poder”, hacía su entrada “espectacularizada” en
aquel maravilloso fake radiofónico de finales de los años 30 en el que
Orson Welles hacía creer a la población estadounidense de New Jersey que estaba
siendo invadida por un enemigo extraterrestre. Mediante este relato
radiofónico, la interpretación de The War
of the Worlds de H.G.Wells, se nos concedía la idea principal de la
construcción informacional de los medios: un joven Orson Welles en el papel de
un científico, un mediador que realmente es un actor, un director de cine, un
guionista; es decir, un creador de fantasías, de mentiras que nos incita a
creerle.
Sin
embargo, los medios han avanzado de tal manera que han transformado la sociedad
en propio medio para el poder bajo la idea de información. Mentiras de Estado o
el Estado de engaño. Entonces, cuando la mentira cubre un espectro mayor que el
del teatro radiofónico y se convierte en la ideología de la población vinculada
ciegamente a las clases dominantes, el temor es mayor. Y cuando esta mentira se
emplaza en el centro de la información es imposible que no nos echemos a
temblar. Si el gran poder para la población ha sido la libertad de expresión y
de información, con el golpe de la mentira los medios de comunicación se han
cubierto ellos mismos del mayor enemigo: la censura. “La prensa misma es la
censura” decía G.K. Chesterton en 1917, pero lo que no sabía era que la
discreta maniobra de la censura se nos ofrece hoy en desinformación y
ocultamiento del mundo como rezan las investigaciones de Pascual Serrano o
Ignacio Ramonet en nuestro país. Y que derivan, en palabras de Scott Lash, en
una “sociedad desinformada de la
información”. Entonces, solo nos queda esperar lo inesperado.
En
una sala de espera el paso del tiempo se disipa de la misma manera que la
figura del lector de diarios cuando no se encuentra entre las páginas, porque
lo que lee no representa ni sus intereses ni la verdad que ha quedado
desplazada por el desborde de la hiperrealidad
en la “falsa verdad”. Sin embargo, en Unexpected documents in a waiting room, la sala de espera que ha creado Tania
Blanco, el lector comparece como tal. Allí encuentra una serie de publicaciones
habituales: periódicos, revistas de moda y belleza, prensa deportiva e incluso
publicidad comercial y anuncios, pero con mensajes “inesperados” donde lo que
parece no es. O más bien, lo que aparece es lo que debería ser normalmente. Los
caracteres negros que se imprimen sobre el papel y pintan la “falsa verdad” en
estos documentos son “verdades ficticias”. La tinta transformada en la
delicada, perfecta y “maliciosa” tipografía e imagen pintada de Tania Blanco
trae al lector la verdad en un espacio de imposibilidad. Puesto que la
información de medios alternativos, prensa crítica, periodismo reflexivo nunca
es encontrada en los medios oficiales. La astucia en los mensajes pintados
sobre cerámica no duda en despertar al lector[2] de su
ingenuidad, “estupidización” -mascullaría Lash-, ceguera o
acobardamiento/acomodamiento en la lectura del diario. De una lectura
confidencial que sería antes destruida que leída.
La
línea sobre el papel de cerámica, la tinta que hiere el blanco diario con la
cruda realidad. Así, Tania Blanco nos imprime la sospecha en cada uno de esos
documentos. Cuestionamos la realidad o mentira de lo que nos cuenta. Dudamos de
“la otra verdad” y al mismo tiempo nos impulsa a reflexionar y sospechar sobre
la verdad que conocemos y a la que damos pábulo como nos ha presentado la
reiterada “falsa verdad”. La sospecha se convierte en la fuerza centrípeta que
mueve toda su obra haciendo tambalear los pilares en los que descansan nuestras
creencias y verdades. La obra de Tania Blanco, como producto cultural
representacional, quiebra su acontecer informacional y se pausa en la reflexión
en un contexto en el que tanto la crítica como el cuestionamiento se han
desmedrado por un paradigma mediático de flujos lubricados en lo hiperreal.
Los
documentos de Blanco no son una charada que se tenga que descifrar. Su mensaje
se entiende conspicuamente aun pareciendo una ficción, ya que “es imposible que
esto sea real”-nos decimos ante ello, que esta noticia la publique El País, The
New York Times (“The New York Lies”), The Times o Daily News, Cosmopolitan u
¡Hola! con titulares como “Terrorismo financiero y crisis”, “Votes lo que
votes, ya está todo decidido”, “Democracy Hypocrisy”, “Terrorismo de Estado”,
“El deterioro imparable de la familia real”, o un especial “Biopolítica” en el
National Geographic, y, además, sin deseo de enloquecer a la población como con
la invasión extraterrestre de Wells. Aunque su mensaje nos hace temblar. A los
lectores astutos y tenaces que son capaces de ir más allá de las palabras
pintadas de Tania Blanco, observad con detenimiento el mensaje que incuba la sospecha.
Abandonad la forma del ojo inerme y dotadlo de una mirada incisiva y crítica. Porque
hoy la espera se convierte en la esperanza de lo inesperado.
[1] La sociedad mediática se explicaría bajo una
perspectiva instrumentalista de la información impulsada en deriva de
“tecnología” de saber/poder foucaultiana y que finalmente ha sido traspuesta en
la mediatheory, a través de la
“biopolítica de los medios” y que yo me atrevería a denominar medialife. Puesto que la información se
concentra como poder de la vida en todas sus parcelas, vivimos dentro de la
información o como declaraba Jean Baudrillard con sus teorías sobre la hiperrealidad: “vivimos el
acontecimiento no en tiempo real, sino en tamaño natural”. Demasiado real para poder
ser reflexionado y asido por la representación.
[2] Siguiendo la tradición benjamineana pensamos en un
lector productor, aunque sin deshacernos del autor.